Conclusión documental: "Una clase dividida"

Hoy la reflexión ha realizar se centra en el documental: 


Tras el asesinato de Martin Luter King, la joven maestra estadounidense Jane Elliot realizó un experimento con sus alumnos, para confirmar y demostrar al mundo entero lo absurdo que resulta la discriminación.

Al comienzo del experimento Jane pregunta a sus alumnos de 8 años si existían personas en EEUU a los que se tratara de una manera diferente. Ellos responden afirmativamente, siendo su respuesta “Los negros, indios y asiáticos”.
Tras esta sorprendente respuesta, la profesora decidió dividir su clase en dos grupos, siendo el motivo de clasificación el color de sus ojos. Tras esta diferenciación entre niños de ojos azules, y niños de ojos marrones, la Señorita Elliot comenzó a comportarse de distinta manera con unos y con otros. A los estudiantes de ojos azules les tenía una mejor consideración, y les dio una serie de privilegios sobre sus compañeros: ellos tendrían cinco minutos extras en el recreo, doble ración de comida a la hora del refrigerio y podían beber agua del bebedero con normalidad. Mientras tanto, los niños de ojos marrones usaban vasos de cartón, no podían usar los juguetes en el patio y, ante todo, no podían juntarse con el resto de la clase. Además, Elliot destacaba los aspectos negativos de estos últimos siempre que se presentaba oportunidad. 
El experimento desembocó en que los niños de ojos azules mejoraron su rendimiento mientras que los de ojos marrones decayeron en el suyo. Ese mismo día, los niños discriminados reflejaron una serie de sentimientos de malestar, de tristeza e impotencia, ya que de repente sus amigos parecían haber dejado de serlo.
Al día siguiente, la maestra comunicó una nueva teoría a sus alumnos, los papeles se invirtieron, siendo ahora los de ojos marrones los privilegiados, y los de ojos azules los discriminados: Los niños de ojos marrones esta vez resolvían las tareas con mayor rapidez que el día anterior.

Al finalizar el experimento, la maestra pregunto a sus alumnos que sensaciones habían experimentado, todos los alumnos coincidían que mientras pertenecieron al grupo de los “inferiores”, se sintieron mal, indefensos y desamparados. Tras esta reflexión, cuando Elliot les preguntó si debería influir el color de la piel en cómo se trata al resto de seres humanos, los niños solo tenían una respuesta: “No”.



Elliot declaró: “Vi cómo estos increíbles niños se convirtieron en discriminadores de tercer grado en 15 minutos”.

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